Compuestos anticancerígenos en diferentes variedades de tomate-Arvensis Agro, S.A
El tomate es uno de los vegetales más consumidos a nivel mundial, y es especialmente apreciado no solo por sus cualidades culinarias, sino además por sus excelentes propiedades para la salud. Entre los diferentes beneficios que se asocian a su consumo se encuentran la reducción de los niveles de colesterol, prevención de las enfermedades cardiovasculares, ayuda a cicatrizar las heridas, protección de la piel frente a los rayos ultravioleta y posee efectos antioxidantes, entre otros. Detrás de estas propiedades se encuentran las sustancias químicas que componen el tomate, como las vitaminas C y E o vitaminas del grupo B. Pero entre ellas destacan los carotenoides, pigmentos responsables de la característica coloración de estos vegetales. Por cantidad, el principal carotenoide presente en el tomate es el licopeno, un compuesto rojo que se considera su principal antioxidante. También se encuentra en cantidades significativas el b-caroteno, precursor de la vitamina A, y la luteina. Estos compuestos, junto con flavonoides, polifenoles y esteroles, también presentes en el tomate, se han relacionado con la prevención de diferentes tipos de cáncer.
Pero a pesar de su interés, la concentración de estos productos en los tomates que consumimos varia enormemente de unas variedades. Lo cierto es que, desde su origen en zonas andinas de Perú y Colombia, hasta la actual expansión de su cultivo por múltiples partes del planeta, las variedades de tomate han sufrido infinidad de cambios que han influido tanto en su morfología como en su composición química.
Por ejemplo, en un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Almería[1] con cuatro de las variedades de tomate más consumidas en España (Cherri, Rácimo, Raf y Pera), reveló diferencias significativas entre la composición de unas y otras. Así, aunque en las cuatro variedades el licopeno era el carotenoide claramente mayoritario (Figura 1), seguido del b-caroteno, únicamente la variedad Raf presentaba cantidades comparables de este último y de luteína con respecto al primero. Por el contrario, los tomates Raf poseían un contenido de licopeno claramente inferior que las otras tres variedades, siendo la Rácimo la más rica en este compuesto.
En cuanto al contenido en polifenoles (Figura 2), la variedad Pera resultó ser la más rica en este tipo de sustancias, seguida de la Rácimo y Cherry, y por último la Raf. En todas las variedades, la rutina fue el polifenol mayoritario frente al ácido clorogénico en una proporción de entre 3 y 5 veces.
Por su parte, las cuatro variedades poseían un contenido y un perfil relativamente similar de fitoesteroles (Figura 3). El b-sisterol fue el predominante en todos los tipos de tomates estudiados, con concentraciones superiores a 650 mg por Kg de materia seca, que en el caso de los Cherry se sitúa en torno a los 1000 mg/Kg. Seguidamente se encontraban el estigmasterol y el campesterol. Y por último, y en cantidades claramente inferiores que el resto de esteroles analizaos, estaba el estigmastanol.
Dentro de este trabajo de los investigadores de la Universidad de Almería[1] se incluía también un estudio in vitro sobre la actividad antiproliferativa de los extractos de estas cuatro variedades de tomate en líneas celulares de cáncer de colorrectal. Todos ellos demostraron inhibir el desarrollo de este tipo de células malignas, siendo los provenientes de la variedad Racimo algo más activos que el resto. Adicionalmente, los autores investigaron la capacidad antiproliferativa conjunta de los extractos de tomate junto con aceite de oliva, observándose un efecto sinérgico en la inhibición del desarrollo tumoral. Por tanto, y en base a este estudio, una buena ensalada de tomate (sea de la variedad que sea) alineado con aceite de oliva, además de un plato delicioso y sano que proporciona numerosos nutrientes esenciales, también constituye un método para prevenir el cáncer colorrectal.
[1] R.P. Ramos-Bueno, R. Romero-González, M.J. González-Fernandez; J.L. Guil-Guerrero J. Sci. Food Agric. 2017; 97: 488-796.
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