El nacimiento de la agricultura
Hace unos 10.000 años ocurrió un hecho revolucionario para la humanidad, uno que nos hizo pasar de ser unos simples usuarios del medio que nos rodeaba a poder controlarlo, la agricultura. Ese momento marcó un punto de inflexión, no solo en nuestra evolución, sino también en la de las plantas. Desde aquel momento, ni las plantas ni los humanos volvieron a ser los mismos ¿Qué ocurrió?
La agricultura nos obligó a establecernos y, por tanto, propició el nacimiento de las ciudades. Ya no necesitábamos recorrer grandes distancias para obtener alimento, este crecía a nuestro alrededor y lo que debíamos hacer era cuidarlo y recogerlo. Los antiguos cazadores-recolectores dejaron de ser nómadas y se instalaron en poblados, que con el paso del tiempo se transformaron en ciudades. Todo esto nos dejó más tiempo libre y pudimos dedicar nuestra mente a algo más que a la mera supervivencia.
Las desventajas de tener un jefe
Como comentábamos, en un momento determinado de la historia, el ser humano comenzó a invertir esfuerzos en cuidar plantas, algo para lo que no estaba biológicamente preparado. No era un trabajo fácil, ya que tenía que labrar la tierra, quitar las malas hierbas, estar pendiente de las plagas, guiar el agua hasta los cultivos… Un animal que hasta el momento se dedicaba a cazar y a recolectar pasó a trabajar a tiempo completo para unas pocas especies vegetales, las cuales acabó extendiendo por todo el mundo.
¿Qué nos aportaban las plantas a cambio de nuestro duro trabajo?
La respuesta es simple, comida.
En el cómputo total, la humanidad tenía más comida que nunca, pero también una dieta menos variada (somos omnívoros y pasamos a alimentarnos de unas pocas especies vegetales) y algunos años escasa (en unas partes del mundo las cosechas podían ser malas y en otras muy buenas). Esto repercutió en nuestro bienestar e hizo que las poblaciones de agricultores fueran menos saludables que sus antepasados, cazadores-recolectores.
Por otra parte, no fuimos los únicos que sufrimos inconvenientes con la agricultura, las plantas domesticadas también perdieron su independencia. Al domesticarlas las seleccionamos más dulces, con frutos más grandes, que nacieran todas las semillas a la vez… Todo esto, repercutió negativamente, ya que los frutos más dulces atraían a los depredadores, los frutos grandes necesitaban mucha energía por parte de la planta para poder generarse y el hecho de que las semillas nacieran a la vez no permitía que estas quedaran aletargadas algún tiempo en la tierra por si venían años malos.
En definitiva, las plantas domesticadas cada vez perdieron más capacidad de subsistir sin ayuda y en la actualidad su supervivencia está íntimamente ligada al ser humano. A pesar de todo esto, en retrospectiva podemos afirmar que la agricultura fue un éxito para ambas especies.
¿Cómo las domesticamos?
El término «domesticar» procede del latín domus, que significa «casa», y según la RAE se trata de reducir, acostumbrar a la vista y compañía del hombre. Los humanos no solo acostumbramos las plantas a nosotros, sino que las modificamos genéticamente para nuestro beneficio ¿Cómo pudimos hacerlo?
Simplemente mediante la observación y la selección. Durante milenios, hemos seleccionado las plantas más adecuadas para nuestra especie, por sus frutos, su sabor… De esta manera, los agricultores prehistóricos se convirtieron en los primeros “mejoradores genéticos», ya que al seleccionar ciertas especies vegetales frente a otras lo que en realidad estaban haciendo era elegir unos genes frente a otros.
La sandía, una cantimplora en el desierto
Por lo que sabemos hoy en día de la sandía, muy pocos dirían que es una fruta del desierto, surgida en África. Originariamente, la sandía silvestre era un fruto amargo, de pulpa dura y color verde claro cómo podemos ver a la izquierda. A pesar de su desagradable sabor, era muy apreciada por los animales, ya que maduraba en la estación seca y suponía un importante alivio para la sed (casi el 90% de esta fruta era agua).
Su domesticación se plantea que pudo surgir en el antiguo reino del Alto Egipto, ya que se han encontrado restos en las tumbas de la época. El cultivo de esta planta se enfrentó a un importante reto, eliminar los componentes tóxicos o poco agradables por la presencia de curbitacina, que es un compuesto que les otorga un sabor amargo. Por suerte para los humanos, esta sustancia está regulada por un único gen y cuando una mutación natural la eliminó, aprovechamos el momento para conseguir sandías dulces.
Como curiosidad, en la actualidad son predominantemente rojas porque el gen del color rojo está muy cerca del gen que le da dulzor. Por ello, conforme se seleccionaba la fruta más dulce, su interior se volvía más rojo
La zanahoria, la raíz más patriótica
La zanahoria es originaria de Europa y no era muy sabrosa en sus comienzos, pero se consumía mucho porque era muy accesible para la población. Su domesticación tuvo lugar en gran medida gracias a los monasterios y posteriormente a los holandeses.
Como anécdota de esta especie vegetal, podemos destacar que las zanahorias naranjas, tan comunes en la actualidad, no lo fueron hasta el siglo XVI, antes eran blancas, moradas, amarillas o rojizas. Fueron los holandeses los decidieron cultivar exclusivamente zanahorias naranjas en honor de su rey, Guillermo de Orange. Como la producción mundial de zanahoria estaba muy vinculada a Holanda, las zanahorias naranjas se popularizaron rápidamente en todo el mundo. En la actualidad, siguen existiendo zanahorias de otros colores, pero son difíciles de encontrar.
¿Qué nos deparará el futuro?
En la actualidad, los científicos que se dedican a modificar genéticamente las plantas para que podamos seguir teniendo alimentos suficientes para toda la humanidad se denominan mejoradores o “breeders”. Modificar las especies vegetales para nuestro propio beneficio es tan antiguo como la misma agricultura. De hecho, es la esencia misma de la agricultura.
M.Remirez
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